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Rostros ocultos
Capítulo Dos
Siento que tengo mayor dificultad para escribir, estoy limitado por el cansancio físico y mental, la memoria se me pierde, confundida y agotada como después de una larga carrera a cuya meta creo no llegaré, prefiero quedarme acostado o sentado, inmóvil y vegetando, me falta el entusiasmo para escribir los inservibles recuerdos que me acompañan. Ahora cada línea, cada párrafo se me vuelve eterno, recuerdo la última vez que lo hice, hace tres años, mi mano se deslizaba con más fluidez; ahora en uno o dos días apenas logro cubrir una página. A veces amanezco y creo que no escribiré nada más, tampoco leo lo que he escrito, comienzo a hojear un libro, avanzo unas cuantas páginas, siento que pierdo el hilo o me distraigo, el sueño me invade, me vienen los bostezos y cierro los ojos aunque no logro dormir. Siento que me pudro en la oscuridad y la inutilidad que me devora si no fuera por esta distracción de escribir y recordar. Me surge la urgencia de cumplir esto que casi es una tarea sin sentido, me doy cuenta que me falta contarme muchas cosas que se aglomeran y no les da tiempo de salir ni a mí me darán la oportunidad de expresarlas, no logran terminar de construirse en relatos presentes esos sucesos pasados, carecen de materialidad actual, no existen, algunos se resisten a venir, prefieren la inexistencia pretérita, que es casi olvido, huella o causa.
Vuelvo a abrir los ojos y me quedo viendo fijamente desde el patio de la casa unas enredadas trinitarias de flores rojas, rosadas y lilas que tan coloridas se ven, recorro con la vista su tallo y sus hojas, hasta sus espinas hirientes, cuento las innumerables florecillas que se agitan por el viento y que tanto me agradan por su persistencia natural. El misterio de la naturaleza y esas flores que de repente brotan de los predios montosos, por su espontánea decisión, siempre me sorprenden en mayo, cuando las lluvias comienzan a caer, de cualquier campo surgen irredentas y rebeldes, muestran sus colores vistosos, sus formas exóticas y algunas hasta sus agradables aromas. Nacen y crecen sin la ayuda de nadie, se resisten a morir y buscan en cada palmo de tierra el espacio básico para subsistir. Flores de trópico que florecen de los privilegios de la tierra maltratada y devastada de donde generosamente se dan a la vida.
A propósito
de flores, se me viene el recuerdo de una señora que ocasionalmente me
encontraba en el mercado los domingos de compras y que solíamos caminar juntos
hacia la parada, ella tomaba el bus, yo tomaba generalmente un taxi por la
carga de comestibles que me acompañaban, era una sencilla ama de casa que solía
llevar entre su largo pelo crespo castaño, una florecilla que cortaba de algún
rincón natural, se las presionaba entre la oreja derecha y el pelo, le daba un aire
de fresca sencillez, la señora de sandalias y vestido, mostraba las
pantorrillas de venas recargadas por las jornadas acumuladas e interminables
que supongo solía hacer. Las veces en que la acompañé hasta la parada para
ayudarle a llevar sus bolsas de verduras compradas, era fácil para iniciar
conversaciones, lo primero que hacía era pegarse un gran desahogo verbal por los
precios, ¡qué barbaridad! decía, ya nada se puede comprar, ¿se dio cuenta qué
caros están los plátanos, los tomates, y los limones agrios?, después me
preguntaba algo, ¿usted cómo ha estado? Lo veo un poco delgado, o algo pálido,
¿está enfermo?, era franca y directa, le comentaba algo sobre mi problema de
salud, le decía que estaba mejor, le comentaba sobre mi tratamiento, a veces me
daba algún consejo casero sobre la comida o té medicinales, remedios caseros
que suelen ser tan eficaces, alguna vez le hice caso, otras veces lo olvidaba.
Supe que la señora no sabía ni leer ni escribir, nunca había asistido a la escuela, lo que aprendió en la Campaña Nacional de Alfabetización, ya lo había olvidado por falta de práctica, algunas palabras podía escribir, las vocales, el alfabeto, cosas sencillas, algunos rótulos o anuncios los podía deletrear, aunque insistía en que en las cuentas nadie la engañaba, sabía sumar y no era tonta; que había procreado tres hijos, dos varones y una mujercita que era la mayor, que su marido era obrero de la construcción pero que estaba desempleado desde algún tiempo atrás, que sólo hacía rumbitos en casas de habitación cuando salía algo, dice, el hombre sabe de todo, fontanería, albañilería, carpintería y hasta un poco de mecánica, hay vive rebuscándoselas para ver qué lleva a la casa, lo que pasa es que está mala la cosa, no se encuentra nada fijo, uno por eso vive así, "friendo y comiendo", o como otros dicen "coyol quebrado coyol comido", míreme, decía, las compras que hago, si acaso son como cien pesos, vengo aquí a regatear, a veces compro de las verduras y frutas que están pasaditas para buscar el precio más bajo. Afortunadamente, dice, su hija mayor, de veintidós años trabaja desde que se graduó en la escuela normal y recibe un salario, que aunque sea bajo, en algo ayuda, es maestra de un instituto evangélico, a veces, dice, también hace trabajos de limpiezas de casas particulares, lava y plancha ropa y hasta zurce ropa ajena, así sobreviven. Uno de sus hijos, el segundo, de diecisiete años, suele salir a vender en los semáforos, anteojos, fundas de celulares, cojines para los asientos del carro, lo que consiguen entre todos recogemos algo y por lo menos comemos, es la vida de los pobres. La señora mostraba siempre un cierto entusiasmo, un optimismo que no dejaba de trasmitir, parecía contenta en medio de sus limitaciones económicas, evidenciaba una alta autoestima, la que últimamente suele faltarme y necesitaba recibir de su contagiosa forma de ser, por eso solía buscarla y acompañarla, platicar con ella y escucharla, de humor sano, soltaba fácilmente una moderada risa contagiosa y nunca olvido el detalle de las pequeñas flores que llevaba en su pelo, siempre cortadas en la vía pública, diferentes, no sé si era su rutina diaria o únicamente la de los domingos.
Francisco Bautista.
(La estructura del texto fue
ajustada con autorización del autor, por razones metodológicas).
Lengua y Literatura 8°, Educación Secundaria (MINED Nicaragua) 2016
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